Una oda a las grietas, los finales abiertos y lo que aún late sin cerrarse
I. El culto a lo perfecto nos agota
Vivimos rodeados de presión por terminar, cerrar, resolver.
Nos enseñaron que lo completo es lo valioso.
Que una historia sin final es un fracaso.
Que una grieta es un defecto.
Pero, ¿y si no?
¿Qué pasa si empezamos a mirar la imperfección no como un error, sino como una forma más honesta de belleza?
Hay algo profundamente humano en lo que está a medio camino.
En lo que aún no encuentra su forma.
En lo que simplemente… es.
II. Kintsugi y otras formas de decir “aún sirve”
En Japón existe el arte del kintsugi: reparar con oro lo que se rompe.
No para ocultar la fractura, sino para celebrarla.
Cada grieta se convierte en parte visible y digna de la historia del objeto.
Me gusta pensar que lo mismo podría aplicarse a nosotros.
A nuestras historias, a nuestros duelos, a nuestras páginas sin terminar.
No todo necesita cicatrizar del todo para poder sostenerse.
No todo necesita cerrarse para tener sentido.
III. El encanto de lo no dicho
Hay belleza en las cartas que no se envían.
En los poemas que se quedan en un cajón.
En los amores que nunca se consumaron, pero marcaron más que cualquier romance completo.
Lo incompleto tiene una fuerza misteriosa:
vive más en la imaginación que en la realidad.
Nos invita a volver, a reinterpretar, a encontrar nuevos sentidos.
Y en un mundo que exige definiciones rápidas, lo abierto es un acto de resistencia.
IV. Fragmentos que no buscan cerrarse
Este texto no tiene una gran revelación.
No busca llegar a una conclusión brillante.
Es solo un fragmento más.
Una grieta escrita.
Una invitación a abrazar tu propio caos sin prisa.
Tal vez eso sea lo más completo que podemos hacer por hoy.
